El género autobiográfico requiere de un ejercicio de reflexión profunda que imprima un sentido a la propia existencia, dándole orden a lo siempre desorganizado y convirtiendo al azar en necesidad. Pero hablar de uno mismo trasciende la propia vida, involucra a los contemporáneos y al espíritu de una época: es una forma de hacer historia, de contar la historia en primera persona.
Los textos biográficos, más allá de la persona que los escriba, ayudan a iluminar una época, un país, una persona. Así, pongo un ejemplo, fray Servando Teresa de Mier en sus Memorias no sólo cuenta la historia de sus andanzas y reveses sino que describe a través de ellos el acontecer de la Nueva España en un momento de cambio como lo fue la lucha por la Independencia. En otras palabras, mezclan e identifican lo íntimo y lo externo, lo particular y lo colectivo.
Si en el diario, al margen de las lícitas trampas retóricas (como el flash-back), lo único que vale es el día de hoy, la anotación paralela a una vida que se va consumiendo cotidianamente; en las memorias, en cambio, son muy importantes las recapitulaciones acerca de vidas hechas y a punto de ser desechas por la muerte. En el diario, el autor no tiene la menor idea acerca del futuro, cuando mucho le teme; en las memorias están abolidos el futuro y consecuentemente la sorpresa: el autor, que es al mismo tiempo el actor, se dedica a recordar, a convertir el pasado en presente. No le interesa saber lo que va a pasar sino lo que sucedió tal y como sucedió. El protagonista de un diario ignora, en su tarea cotidiana, el rumbo que seguirá su vida, las sorpresas que le reserva el día siguiente; el memorialista lo sabe todo, únicamente tiene que recordarlo, arrebatándoselo al olvido: así goza de nuevo sus viejas vivencias y experiencias.
Frente a las memorias, la autobiografía casi no ofrece diferencias. Si acaso se puede decir que las memorias cargan el énfasis del discurso en lo social y las autobiografías en lo individual. Por otra parte quizá se pueda afirmar que las memorias las escriben “personajes” y “personalidades” del mundo social y político y las autobiografías las redactan hombres de pensamientos y sentimientos más que de acción, es decir intelectuales, artistas y científicos.Las cartas que se alejan de los menesteres mercantiles o burocráticos forman parte del mundo de la literatura del recuerdo, de la literatura biográfica. Paso de lo abstracto a lo concreto, del campo de las ideas al de las obras de este tipo hechas y derechas.
Así es que tal vez algún día escriba sobre mí y sobre todo, pero no como un diario, sino como mi memoria lo recuerde, pudiendome reir de momentos dolorosos que ya terminaron y doliendome de momentos agradables que no volveran, con la esperanza de que la memoria, mi memoria no sea como una red: que uno la encuentra llena de peces al sacarla del arroyo, pero que a través de ella pasaron cientos de kilómetros de agua sin dejar rastro.