Yo también te quiero pero... solo como amigo

30 de marzo de 2009

Memorias

28 de marzo de 2009

El género autobiográfico requiere de un ejercicio de reflexión profunda que imprima un sentido a la propia existencia, dándole orden a lo siempre desorganizado y convirtiendo al azar en necesidad. Pero hablar de uno mismo trasciende la propia vida, involucra a los contemporáneos y al espíritu de una época: es una forma de hacer historia, de contar la historia en primera persona.

Los textos biográficos, más allá de la persona que los escriba, ayudan a iluminar una época, un país, una persona. Así, pongo un ejemplo, fray Servando Teresa de Mier en sus Memorias no sólo cuenta la historia de sus andanzas y reveses sino que describe a través de ellos el acontecer de la Nueva España en un momento de cambio como lo fue la lucha por la Independencia. En otras palabras, mezclan e identifican lo íntimo y lo externo, lo particular y lo colectivo.

Si en el diario, al margen de las lícitas trampas retóricas (como el flash-back), lo único que vale es el día de hoy, la anotación paralela a una vida que se va consumiendo cotidianamente; en las memorias, en cambio, son muy importantes las recapitulaciones acerca de vidas hechas y a punto de ser desechas por la muerte. En el diario, el autor no tiene la menor idea acerca del futuro, cuando mucho le teme; en las memorias están abolidos el futuro y consecuentemente la sorpresa: el autor, que es al mismo tiempo el actor, se dedica a recordar, a convertir el pasado en presente. No le interesa saber lo que va a pasar sino lo que sucedió tal y como sucedió. El protagonista de un diario ignora, en su tarea cotidiana, el rumbo que seguirá su vida, las sorpresas que le reserva el día siguiente; el memorialista lo sabe todo, únicamente tiene que recordarlo, arrebatándoselo al olvido: así goza de nuevo sus viejas vivencias y experiencias.

Frente a las memorias, la autobiografía casi no ofrece diferencias. Si acaso se puede decir que las memorias cargan el énfasis del discurso en lo social y las autobiografías en lo individual. Por otra parte quizá se pueda afirmar que las memorias las escriben “personajes” y “personalidades” del mundo social y político y las autobiografías las redactan hombres de pensamientos y sentimientos más que de acción, es decir intelectuales, artistas y científicos.Las cartas que se alejan de los menesteres mercantiles o burocráticos forman parte del mundo de la literatura del recuerdo, de la literatura biográfica. Paso de lo abstracto a lo concreto, del campo de las ideas al de las obras de este tipo hechas y derechas.

Así es que tal vez algún día escriba sobre mí y sobre todo, pero no como un diario, sino como mi memoria lo recuerde, pudiendome reir de momentos dolorosos que ya terminaron y doliendome de momentos agradables que no volveran, con la esperanza de que la memoria, mi memoria no sea como una red: que uno la encuentra llena de peces al sacarla del arroyo, pero que a través de ella pasaron cientos de kilómetros de agua sin dejar rastro.

Hablar por hablar

11 de marzo de 2009


Resulta asombroso el numero de frases que pronunciamos al día con el firme convencimiento de que no van a surtir efecto alguno, por lo cual son dichas completamente en balde.

De antemano, por ejemplo, los padres ya saben que su(s) hijo(s) no van a hacer caso cuando les digan que regresen temprano y que conduzcan el automóvil con precaución. sin embargo lo siguen diciendo.

Otra frase inservible es la que pronunciamos para prohibir terminantemente que se utilicen nuestras cosas y a pesar de que lo gritemos todas las tardes llegando a casa, sabemos que en el transcurso del día siguiente no faltara quien las tome para hacer algo que necesite.

Sin otro propósito que el de hablar por hablar, cuando encontramos a un amigo influyente le decimos con la mayor naturalidad: "Hombre, ojalá le pudieras dar un empleo al hijo de mi primo Toribio. El muchacho tiene 28 años de edad y no ha dado golpe en su vida". El amigo influyente, a sabiendas de que no hará nada, dice que sí, como no, que a la primera oportunidad nos avisará. Como es de suponerse, el joven hijo de Toribio se pasa otros 28 años en espera de que alguien le consiga empleo.

Con la misma indiferencia le encargamos una grabadora o una calculadora al amigo que va al extranjero: "Si no te hace mucho bulto, por favor, me traes una". El amigo dice que sí, que con mucho gusto. Pero los dos sabemos que no va a traer nada, principalmente porque no le hemos dado dinero para comprar el artefacto.

Con la misma inutilidad le dicen las señoras al carnicero que les pese bien los filetes, o le preguntamos al mesero en el restaurante si el pescado está fresco. También es inútil y una perdida de tiempo decirle a los niños (y a toda la gente) que la comida esta muy caliente cuando sabemos perfectamente que lo comprobarán por ellos mismos.

Y al igual que nosotros decimos a lo largo del día infinidad de frases inútiles, así los demás, a su vez, nos las endosan con la mayor naturalidad, tanto de palabra como por escrito.

De esta manera, inútilmente se nos recomienda que seamos breves al hablar por un teléfono publico y se nos sugiere que pongamos la basura en su lugar. En estos países nuestros que rezan a Jesucristo y hablan en español, resultan particularmente inútiles todos los letreros en que se prohibe algo. Cualquier cosa: desde escupir en el suelo hasta hacer revoluciones o hablar mal del gobierno, pasando por el estacionamiento de vehículos en lugares indebidos y la comprobación de que la pintura esta efectivamente fresca. Nadie resiste la tentación de pasar un dedo por la superficie de una banca , una puerta o una reja donde aparece el cartelito de "no tocar". Y los que ponen el cartelito saben perfectamente bien que este constituye una invitación para que todo pasante deje el recuerdo de sus huellas digitales. (O apoco no el letrero de no leer invita mas a hacerlo??)

Esta visto que a todos nos gusta hablar por hablar, pero a unos mas que a otros. Entre los mas aficionados al deporte de decir frases inútiles están los dentistas y las secretarias de los altos funcionarios, con sus consabidas frases de: "No la va a doler nada, nada" y "Siéntese un momentito, que el licenciado lo recibe en seguida". Bien saben ellos, y bien sabemos nosotros, que en el primer caso vamos a ver todas las estrellitas de la Vía Lactea y en el segundo que el licenciado nos recibirá (si es que llega a recibirnos) después del juicio final.

En el vasto repertorio de frases inútiles, ocupan un lugar prominente las que pronuncian los candidatos a cualquier cosa en sus campañas electorales, los propósitos de ahorrar un poco el mes entrante, las promesas de amor eterno y las de llegar puntualmente.

A pesar de poseer un don tan apreciable como el de la palabra, casi nunca tenemos algo verdaderamente interesante que decir. He dicho.