Resulta asombroso el numero de frases que pronunciamos al día con el firme convencimiento de que no van a surtir efecto alguno, por lo cual son dichas completamente en balde.
De antemano, por ejemplo, los padres ya saben que su(s) hijo(s) no van a hacer caso cuando les digan que regresen temprano y que conduzcan el automóvil con precaución. sin embargo lo siguen diciendo.
Otra frase inservible es la que pronunciamos para prohibir terminantemente que se utilicen nuestras cosas y a pesar de que lo gritemos todas las tardes llegando a casa, sabemos que en el transcurso del día siguiente no faltara quien las tome para hacer algo que necesite.
Sin otro propósito que el de hablar por hablar, cuando encontramos a un amigo influyente le decimos con la mayor naturalidad: "Hombre, ojalá le pudieras dar un empleo al hijo de mi primo Toribio. El muchacho tiene 28 años de edad y no ha dado golpe en su vida". El amigo influyente, a sabiendas de que no hará nada, dice que sí, como no, que a la primera oportunidad nos avisará. Como es de suponerse, el joven hijo de Toribio se pasa otros 28 años en espera de que alguien le consiga empleo.
Con la misma indiferencia le encargamos una grabadora o una calculadora al amigo que va al extranjero: "Si no te hace mucho bulto, por favor, me traes una". El amigo dice que sí, que con mucho gusto. Pero los dos sabemos que no va a traer nada, principalmente porque no le hemos dado dinero para comprar el artefacto.
Con la misma inutilidad le dicen las señoras al carnicero que les pese bien los filetes, o le preguntamos al mesero en el restaurante si el pescado está fresco. También es inútil y una perdida de tiempo decirle a los niños (y a toda la gente) que la comida esta muy caliente cuando sabemos perfectamente que lo comprobarán por ellos mismos.
Y al igual que nosotros decimos a lo largo del día infinidad de frases inútiles, así los demás, a su vez, nos las endosan con la mayor naturalidad, tanto de palabra como por escrito.
De esta manera, inútilmente se nos recomienda que seamos breves al hablar por un teléfono publico y se nos sugiere que pongamos la basura en su lugar. En estos países nuestros que rezan a Jesucristo y hablan en español, resultan particularmente inútiles todos los letreros en que se prohibe algo. Cualquier cosa: desde escupir en el suelo hasta hacer revoluciones o hablar mal del gobierno, pasando por el estacionamiento de vehículos en lugares indebidos y la comprobación de que la pintura esta efectivamente fresca. Nadie resiste la tentación de pasar un dedo por la superficie de una banca , una puerta o una reja donde aparece el cartelito de "no tocar". Y los que ponen el cartelito saben perfectamente bien que este constituye una invitación para que todo pasante deje el recuerdo de sus huellas digitales. (O apoco no el letrero de no leer invita mas a hacerlo??)
Esta visto que a todos nos gusta hablar por hablar, pero a unos mas que a otros. Entre los mas aficionados al deporte de decir frases inútiles están los dentistas y las secretarias de los altos funcionarios, con sus consabidas frases de: "No la va a doler nada, nada" y "Siéntese un momentito, que el licenciado lo recibe en seguida". Bien saben ellos, y bien sabemos nosotros, que en el primer caso vamos a ver todas las estrellitas de la Vía Lactea y en el segundo que el licenciado nos recibirá (si es que llega a recibirnos) después del juicio final.
En el vasto repertorio de frases inútiles, ocupan un lugar prominente las que pronuncian los candidatos a cualquier cosa en sus campañas electorales, los propósitos de ahorrar un poco el mes entrante, las promesas de amor eterno y las de llegar puntualmente.
A pesar de poseer un don tan apreciable como el de la palabra, casi nunca tenemos algo verdaderamente interesante que decir. He dicho.
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