Solo tienes palabras... palabras vacías; pero, debemos entender lo que decimos. ¿No esta Dios en las palabras? En realidad, Dios es las palabras. Las palabras habladas. ¿Cómo alcanzamos el oído de Dios? Hablamos con él.
Entonces, nuestra paradoja: Dios lo es… todo, es una esencia luminosa perfecta; pero hasta Dios quiere más, experimentar más, dar. Entonces Dios crea un recipiente, un contenedor, que pueda recibir este regalo de la luz pura de Dios. Esa luz divina entra al recipiente, el recipiente no puede contener la magnitud de esa luz y se hace pedazos, destruyendo el recipiente y esparciendo sus fragmentos en una gran explosión de creación.
El trabajo del hombre es ubicar y juntar esos fragmentos para hacer que el recipiente (nuestro mundo), vuelva a estar entero.
Los cabalistas llaman a esta acción de arreglar, de reparar, ‘Tikkun Olam’ (el arreglo del mundo). Cualquier acto de bondad, de altruismo, de amabilidad que contribuya a esa idea es Tikkun Olam. Una idea extraordinaria, de que podemos restaurar lo que fue destrozado. De hecho, es responsabilidad de cada uno de nosotros intentar restaurarlo.
En los mismísimos pedazos de la destrucción Dios nos dejó la esperanza.
Hay gente que cree que las letras son la expresión de una energía primaria esencial y cuando forman palabras, contienen los secretos del universo.
¿Recuerdan el latín? En latín se llama a la manzana mala mattiana, llamada así en memoria de Caius Matius, tratadista de agricultura que vivió en el siglo I a. de C., aparece como maçana en el Cid, y la forma predominante desde el siglo XIV es mançana con propagación de la nasalidad. Su ortografía contiene todo eso. Lleva toda su historia dentro.
Pero hay que ir más allá de la ortografía, más allá de las letras y las palabras. Pensemos en la cábala. Uno de los místicos judíos más famosos fue un hombre llamado Abraham Abulafia. Un místico es una persona que cree que puedes hablar, conectarte realmente, con Dios; no sólo rezar sino lograr que Dios te escuche y a veces, lograr que Dios te hable a ti.
Pero hay algo que va más allá de las palabras, dejar que Dios fluya a través de uno mismo.
Abulafia creía que concentrándose en las letras, la mente se podía abrir y llegar a lo que el llamaba shefa, una manera diferente de estar con Dios. Los pasos para llegar ahí están en varios escritos, ejercicios con palabras y letras del camino de las ideas. El método de Abulafia es desgastar las palabras, provocar que pierdan su significado, para descubrir al Dios detrás de la ilusión del cosmos. Al estilo budista, las palabras son anclajes a un ilusorio mundo físico.
Ustedes, que piensan de esto?
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